“Este libro se lo dedico al miedo”, dice Diego Vigna antes de que comience el primero de los cinco cuentos que componen Hadrones. Esta extraña dedicatoria nos pone sobre la pista de lo que se agita detrás de estos relatos donde el orden de lo cotidiano se ve amenazado por pequeñas catástrofes suspendidas, derrumbes a punto de suceder. Los personajes se desenvuelven en la sombra que proyecta esta amenaza: una mujer devorada por los celos, un hombre enamorado de una madre soltera, un niño que por un encadenamiento fortuito de circunstancias queda del lado de afuera de la casa de campo de un amigo en pleno invierno. En “Hadrones”, el cuento que da nombre al libro, un muchacho decide pasar junto a su padre los días previos al supuesto fin del mundo. Los hadrones son partículas subatómicas que pueden ser aceleradas mediante el Gran Colisionador de Hadrones (LHC), una máquina capaz de reproducir a pequeña escala el choque de partículas que dio origen al universo. El peligro que entraña la puesta en funcionamiento de esta máquina hace sospechar que el día señalado para poner en práctica el experimento será el último de la humanidad.
Dan Brown, en Ángeles y demonios, teje su trama a partir del LHC y de la utilización de una pequeña porción de la antimateria que genera el Gran Colisionador como un poderoso explosivo capaz de barrer una ciudad entera. Sin entrar en argumentos enrevesados ni intrigas rebuscadas, Vigna narra la reunión de los vecinos de Cuesta Blanca, un pueblito de Córdoba, en torno al televisor que transmitirá en vivo el accionamiento de la llamada “Máquina de Dios”. El autor relata con el pulso acompasado de este rincón de las sierras argentinas la relación del protagonista con su padre y con la nueva esposa de éste, una mujer que sufre de enanismo, y el encuentro casual con una francesa que está de visita. El miedo aquí no se traduce en psicosis, ni desata un pánico generalizado, sino que se siente de una manera íntima, como si fuera producto de la responsabilidad que implica estar vivo antes que de la cercanía de la muerte.
Diego Vigna nació en Neuquén en 1982. Generacionalmente, podríamos decir que es un joven narrador, una etiqueta que no suma ni resta méritos, pero que permite leer Hadrones como la búsqueda de una voz, o un proceso de maduración en tránsito, y desde esta perspectiva se trata de un libro más que auspicioso.
Dan Brown, en Ángeles y demonios, teje su trama a partir del LHC y de la utilización de una pequeña porción de la antimateria que genera el Gran Colisionador como un poderoso explosivo capaz de barrer una ciudad entera. Sin entrar en argumentos enrevesados ni intrigas rebuscadas, Vigna narra la reunión de los vecinos de Cuesta Blanca, un pueblito de Córdoba, en torno al televisor que transmitirá en vivo el accionamiento de la llamada “Máquina de Dios”. El autor relata con el pulso acompasado de este rincón de las sierras argentinas la relación del protagonista con su padre y con la nueva esposa de éste, una mujer que sufre de enanismo, y el encuentro casual con una francesa que está de visita. El miedo aquí no se traduce en psicosis, ni desata un pánico generalizado, sino que se siente de una manera íntima, como si fuera producto de la responsabilidad que implica estar vivo antes que de la cercanía de la muerte.
Diego Vigna nació en Neuquén en 1982. Generacionalmente, podríamos decir que es un joven narrador, una etiqueta que no suma ni resta méritos, pero que permite leer Hadrones como la búsqueda de una voz, o un proceso de maduración en tránsito, y desde esta perspectiva se trata de un libro más que auspicioso.
Juan Ignacio Calgano
(Aquí el vínculo al PDF de la edición impresa)
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