Primero voy a hacer una pequeña introducción casi técnica: hace unos años se propago mundialmente una noticia aterradora: el fin del mundo podía hacerse realidad gracias a la física. Esto es gracias al Gran colisionador de hadrones -que la prensa llamo la máquina de Dios, para que los términos científicos no nos hagan olvidar que esa cosa puede convertir todo lo que hacemos y tenemos en poco más que nada.
Para aquellos que crean que cosas tan chiquititas como los protones no pueden hacer mucho daño les recuerdo que una de las palabras más temidas en Japón por estos días fue “atómica”, y un átomo es una cosita bastante chiquita también.
La cosa con estas partículas es que todo está hecho de ellas, están en todos lados.
Y resulta que cuando estas partículas chocan entre sí producen grandes cantidades de energía y dicen algunos detractores de la máquina de Dios que también podría causar pequeños agujeros negros que se tragarían al mundo, así sin más ni más.
Todo esto que acabo de explicar de manera tan torpe y rudimentaria es la sombra que se cierne sobre las historias de el libro “Hadrones”, en particular de la última historia, pero desde luego no es lo fundamental: el gran colisionador es una manera un poco mas científica de imaginar un apocalipsis y al mismo tiempo este apocalipsis, este fin del mundo, no es otra cosa que una manera concreta de pensar a la muerte en sí.
Pero no solo la muerte como algo abstracto sino todas las muertes: la muerte final y absoluta, de todo un planeta, la muerte personal, definitiva y también la muerte diaria, las mutaciones, las crisis, la muerte la de las cosas mínimas: los pequeños cataclismos cotidianos.
Son cinco historias, planos detalles sobre personas comunes y corrientes: Un tipo en el aeropuerto de Córdoba, otro que mira un accidente desde la ventana, un chico en viaje hacia su pre adolescencia que pasa unos días en la casa de un amigo, un oficinista enamorado de una compañera de trabajo, un muchacho que pasa un fin de semana con su padre, quien ha formado pareja con una enana, en la víspera del fin del mundo.
El libro está dedicado al miedo, y el miedo más fuerte no está en un monstruo enorme y feo: el miedo está en cada cosa que tenemos o que amamos, en la posibilidad de perderlas.
Hadrones es un poco como el vértigo, genera incomodidad y deseo de asomarse, como cuando buscamos el miedo en las películas, nos dejamos llevar por las historias del libro, viajando hacia catástrofes mínimas pero contundentes.
Y la verdad que esta idea es bastante más aterradora que las profecías mayas, los apocalipsis religiosos o los nostradamus por millón, ya que nuestra vida cotidiana y nuestro concepto de verdad está muy marcado por la ciencia nos mete mucho más miedo que un físico nos cuente que el fin del mundo es algo más que posible.
Sigo con la explicación: un hadrón es una partícula sub atómica, es decir más chiquita que un átomo, y el gran colisionador de hadrones es una maquinota tremendamente grande con un túnel subterráneo que atraviesa un par de países. En ese túnel y con esa máquina los científicos hacen que estas partículas vayan a velocidades altísimas y choquen entre sí.Para aquellos que crean que cosas tan chiquititas como los protones no pueden hacer mucho daño les recuerdo que una de las palabras más temidas en Japón por estos días fue “atómica”, y un átomo es una cosita bastante chiquita también.
La cosa con estas partículas es que todo está hecho de ellas, están en todos lados.
Y resulta que cuando estas partículas chocan entre sí producen grandes cantidades de energía y dicen algunos detractores de la máquina de Dios que también podría causar pequeños agujeros negros que se tragarían al mundo, así sin más ni más.
Todo esto que acabo de explicar de manera tan torpe y rudimentaria es la sombra que se cierne sobre las historias de el libro “Hadrones”, en particular de la última historia, pero desde luego no es lo fundamental: el gran colisionador es una manera un poco mas científica de imaginar un apocalipsis y al mismo tiempo este apocalipsis, este fin del mundo, no es otra cosa que una manera concreta de pensar a la muerte en sí.
Pero no solo la muerte como algo abstracto sino todas las muertes: la muerte final y absoluta, de todo un planeta, la muerte personal, definitiva y también la muerte diaria, las mutaciones, las crisis, la muerte la de las cosas mínimas: los pequeños cataclismos cotidianos.
Son cinco historias, planos detalles sobre personas comunes y corrientes: Un tipo en el aeropuerto de Córdoba, otro que mira un accidente desde la ventana, un chico en viaje hacia su pre adolescencia que pasa unos días en la casa de un amigo, un oficinista enamorado de una compañera de trabajo, un muchacho que pasa un fin de semana con su padre, quien ha formado pareja con una enana, en la víspera del fin del mundo.
El libro está dedicado al miedo, y el miedo más fuerte no está en un monstruo enorme y feo: el miedo está en cada cosa que tenemos o que amamos, en la posibilidad de perderlas.
El miedo esta en el cambio, en la desconocida oscuridad, en las posibilidades terribles que todos tenemos en nosotros.
Lean este libro buenísimo de Ediciones Recovecos, pregúntense sobre sus propios derrumbes, ríanse del melodrama que vive en nosotros, preguntémonos ¿Que haría en mis últimos días sobre este mundo?